Oscar “Tolemaida”, se notaba nervioso, quizás sorprendido por mi aceptación a la cita, fue amable, me saludó y me abrazó fuerte, es un hombre grande, alto y corpulento, me sentía un poco paralizada, pero no tenía ningún temor, a pesar del escepticismo de algunas personas que conocieron la cita. Realmente me sentía segura. Le comenté a las personas encargadas de mi protección sobre la reunión, ellos me brindaron confianza, que harían lo mejor posible para tenerme a salvo y que harían primero un reconocimiento del lugar. Confiar no es un ejercicio fácil, pero es necesario para seguir caminando las sendas de la construcción de la paz y la reconciliación.
Oscar le pidió a un compañero que recogiera a otro ex combatiente que quería conocerme, me preguntó si no tenía problema en reunirme también con él, yo le dije que estaba bien, que con el único que quizás aún no me sentía preparada era con Jorge Iván Laverde, que, aunque no tenía prejuicios o sentimientos de odio, quería estar preparada para ese momento que seguramente va a llegar. Se trataba de Arlex, conocido en la guerra con el alias de “Chatarro”.
Óscar José Ospino Pacheco y Luis Arlex Arango fueron comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia, ambos sometidos a la Justicia Transicional, estuvieron cerca de 10 años privados de la libertad y actualmente participan en procesos de reconciliación, fueron los gestores de mi encuentro virtual con mi victimario Jorge Iván Laverde Zapata también ex comandante paramilitar, quien en días pasados me solicitó de forma pública, perdón por “hacer trizas mi vida”.
Eligieron un restaurante santandereano, no sé si la elección estaba apuntando a hacerme recordar la comida de mi tierra, o fue coincidencia, Arlex vino con sus dos hijos menores de edad, eso me hizo sentir tranquila, vi el rostro humano de una familia que intenta construir paz, después de los horrores de la guerra.
Estos hombres, así como Jorge Iván, impusieron el terror de las armas en un proyecto paramilitar que políticos y empresarios quisieron imponer por la fuerza en el país. Hoy después de ejercitarme en la empatía para poder perdonar y reconciliar, los entiendo a ellos, cómo personas usadas para la guerra, máquinas del horror, máquinas para matar. Luego silenciados y ahora olvidados para construir una verdad que duele, pero es necesaria en el país, para que podamos decir ¡nunca más!
Ellos se llevaron mi pequeña historia recopilada en “Sobreviviente”, sentí sus sonrisas sinceras, noté que se abrían puertas enormes en favor de la paz, coincidimos en envíar mi libro también a Jorge Iván y así lo hice con un mensaje.
¡no es fácil! Sin duda, pero se puede, se puede y se necesita sanar.
Pedí mute, era mi sopa preferida en Cúcuta, después del desplazamiento forzado, nunca más lo volví a probar, jamás olvidaré cómo después de 15 años del horror, vuelvo a comer un mute santandereano con el corazón dispuesto a seguir perdonando y amando.
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