Cuando un reto llega a nuestras vidas, quizás no espera razones ni meditaciones, cae como rayo y simplemente te emerge en su fulgor y terminas construyendo realidades y cambiando, primero la vida propia y por ahí seguido otras vidas humanas que también como uno, se resisten a morir en el dolor y se etiquetan “resilientes”.
Claudia Yurley Quintero Rolón
Era aún oscuro, debíamos salir con buen tiempo, la carretera no estaba -y aún no está- en las mejores condiciones y se desconocen en ese momento, los pormenores de la seguridad en el trayecto.
En el Cauca, específicamente en La Elvira, Buenos Aires, se encontraba instalada La Zona Veredal Transitoria, donde se daría la reincorporación de combatientes de la guerrilla de las FARC EP. Era este el lugar del compromiso, dónde una mujer víctima del conflicto, encontraría otras realidades, otras vivencias, y otras mujeres, que como ella habían vivido la guerra, desde un lugar diferente.
Pedimos algunas instrucciones para llegar a La Elvira, hicimos señas a las personas de un viejo Jeep amarillo, amablemente nos explican la ruta y nos piden que llevemos a una mujer que también va por ese camino. ¡Esos son guerrilleros! –Pensé-, seguramente, pero no podemos diferenciarlos, un campesino y un guerrillero no tiene muchas diferencias, el uso de botas de caucho es común en sitios donde no hay vías de acceso y ante las lluvias lo mejor es cuidar los pies.
Del Jeep desciende una mujer afro, se sube a nuestro carro y nos indica la ruta para llegar a “La Elvira”, ya sabe lo que está pasando en el municipio, ¿Van para el campamento, verdad? – Si señora.
La pasajera, es profesora de la Escuela “El Llanito”, vive en Cali y debe recorrer varias horas para ver a sus educandos, nos cuenta cómo a pie, carro y hasta en mula se moviliza por las vías casi inaccesibles para cumplir son su loable labor de formar a los niños.
La profe nos hace la charla, me vio el carnet de prensa que portaba en el cuello y aprovechó su oportunidad para visibilizar las necesidades de su territorio: “La paz debe tener inclusión para los estudiantes de la zona rural, la paz debe tener desarrollo, se necesita transporte para los niños, ellos deben caminar hasta una hora y media para llegar a la institución educativa, implementos escolares, más beneficios”, así nos dio su discurso, y me deja pensando en la cantidad de docentes rurales que en medio del conflicto, educaron – y siguen haciéndolo- con dificultad a nuestros niños.
La guerra en Colombia nos dividió, como personas, como coterráneos, y a las mujeres nos entregó la peor parte. Dentro de las víctimas, las más afectadas por los hechos violentos; las que enterraron a sus hijos y maridos y las que lloraron las violencias sexuales a las cuales se nos sometió, pues nuestros cuerpos eran “botín de guerra” de uno u otro bando. Dentro de las filas, mujeres pobres eran enlistadas para defender causas masculinas, la guerra es masculina y sus decisiones. La guerra solo se alimentó de los cuerpos de las mujeres colombianas.
Es momento de parar a tomar algo para refrescarse en medio de las montañas. Llegamos a “Casa e’ madera”, una construcción en un filo de la vía que conduce a La Elvira donde funciona una tienda, Una pareja nos atiende y nos pregunta - ¿Van a la zona veredal? - no sabía que contestar. En Colombia no se sabe con quién hablar, no se sabe si el de al lado es de un grupo o del otro, y puede peligrar la vida. Me arriesgué y le dije: - Si vamos a hacer un trabajo periodístico, voy a hablar con las mujeres ex combatientes, queremos ver su opinión sobre lo que está pasando ahora-. Se trata de María Argenis y Wilson, quienes nos abren el panorama. Ella manifestaba que la comunidad está muy contenta, - “¡Estamos felices, por el cambio tan divino de la paz, esto era difícil, muchos combates y las balas nos entraban por el techo!”, sus ojos brillan, reflejan sus palabras, se siente su alegría y transmitió una energía muy bonita, como antesala de la visita que me disponía a realizar.
La Despensa de Argenis y Wilson se adornaba con algunos productos que para mí eran comunes, pero acá son “encargos” de la ciudad. Una gaseosa y pan, era suficiente para ir “aguantando el hambre” que viene dando la ruta. ¡La paz viene señorita! – me dice Wilson con una sonrisa nostálgica-, “nosotros estamos felices, antes los bombardeos nos dañaban los cultivos y la tranquilidad. Ahora dormimos, aunque el miedo aún no se va”.
“La violencia arrulló nuestras cunas”.
En medio de la violencia, nuestra vida -para los que tenemos en el momento menos de 40 años- fue entorno de la violencia, fue ella pan diario de nuestra construcción identitaria. El conflicto tocó todos los sectores y ciudades, pero se ensañó con el campo y las zonas vulnerables. La guerra en Colombia se enquistó en los hogares y se asoció con el machismo para en una especie de sinergia macabra, se desquitara con las mujeres. Dos millones de ellas atacadas sexualmente y representan la mitad de las víctimas del conflicto armado. Hablar de paz sin hablar de las mujeres, sería entonces infructuoso.
Johan Galtung[1]explica la violencia como "cualquier sufrimiento evitable en los seres humanos", luego no habla de "sufrimiento" si no de "reducción en la realización humana". La guerra en Colombia no nos dejó realizarnos como seres humanos.
Colombia ha tenido que enfrentar como pocos países la cruel violencia de género con ataques de ácido (en un alto número en relación a la media mundial), empalamientos, femicidios, ataques sexuales entre otros, Colombia ha sido un país violento con las mujeres y las niñas.
Varios letreros avisan de la cercanía a la zona veredal. “aquí funciona unas de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización (ZVTN)”, vigilan jóvenes soldados del Ejército y otros con un uniforme desconocido para mí, al parecer son policías, pero para el proceso, se les asignó un uniforme “de paz”. ¡Llegamos! Y se respira otro aire.
La primera parada era el punto de pre agrupamiento temporal (PPT), es un campamento dónde los guerrilleros y guerrilleras esperaban el traslado a la zona veredal. La guardia nos saluda, eran 4 o 5 muchachos jóvenes entre mujeres y hombres; me acerqué a la chica del radio, le hago un par de preguntas a las que contesta “no sé”, sonreímos, su reserva es lógica, es parte de la sujeción al movimiento, le dije -¿Eres como Shakira: sorda, ciega y muda? ¿No?, [suelta una carcajada]. “¿Con quién quiere hablar?” Me pregunta, -Con Camila Cienfuegos-, se miran entre ellos con una cara de no creer, - Ella misma me invitó- les aseguré, comenté como la había conocido en Cuba- en el marco de los diálogos de paz- y que en la rueda de prensa de la visita de el presidente de Francia a Caldono la saludé y me invitó a La Elvira. Le pido que hable con Camila y le manifieste que Claudia Quintero la necesita.
Sale Camila y dice ¡Claudia!, ¡siga…siga!, nos abrazamos como si nos conociéramos de toda la vida. Detrás salió Tanja “La holandesa” y me invita un tinto, pero antes de ir con ella, Camila me señala una pequeña carpa, indicando que allí me necesitaban, fui y en el lugar más sencillo que pudieran imaginar estaba el comandante Pablo Catatumbo. Piso de aserrín y paredes de polisombra negra, centro operativo de la construcción de la paz en el Cauca y en Colombia.
Recuerdo que algunas personas cercanas me hablaban sobre esta cita planeada, decían que sería un encuentro de víctimas y victimarios. Para mí no era así, era una cita de mujeres, inmersas en la guerra en diferentes espacios, momentos y circunstancias, víctimas del patriarcado militarista. Simplemente la guerra nos puso en lugares distintos y comunes a la vez. El hecho de “ser mujeres”, el sentir y ver el dolor tan cercano y el reconocerse afectadas por una guerra que no elegimos, nos une.
Somos mujeres y el conflicto en Colombia nos obligó a buscar la fortaleza y la resiliencia en las pocas herramientas cercanas que tenemos. Una mujer víctima de la guerra y del despojo hoy veía a los ojos a otras desplazadas, negras e indígenas que quizá sin opción combatieron en una guerra, necesaria de acabar.
Una guerrillera nos brinda un café que nos supo a gloria después del viaje, bien caliente y con aroma a pura montaña. Aún no se ha dado el desarme así que no es excombatiente, es una guerrillera y aún tiene colgado un enorme fusil.
“Soy muy consciente de que para las mujeres y las niñas especialmente, el costo de los conflictos armados va más allá de la carga, ya de por sí pesada, de las secuelas físicas y psicológicas. Las mujeres y las niñas a menudo sufren por partida doble. No sólo los combatientes ven sus cuerpos como legítimos campos de batalla, sino que sus propias comunidades posteriormente las rechazan y las aíslan por su desgracia”. Fatou Bensouda, fiscal de la Corte Penal Internacional en El empoderamiento de las mujeres, pieza clave para mitigar la guerra y los conflictos, ONU Mujeres.
“CUERPAZ; Memoria y Corporeidad”
Cuando un reto llega a nuestras vidas, quizás no espera razones ni meditaciones, cae como rayo y simplemente te emerge en su fulgor y terminas construyendo realidades y cambiando, primero la vida propia y por ahí seguido otras vidas humanas que también como uno, se resisten a morir en el dolor y se etiquetan “resilientes”.
“CUERPAZ; Memoria y Corporeidad” llegó a Anne Frank como una graduación de víctimas a sobrevivientes, una historia convertida en proceso social que se constituye como un aporte que construye paz por medio de la atención psicosocial y el ejercicio de la comunicación comunitaria con enfoque de género.
Disfrutemos de la magia de las letras, de las historias construidas desde la esperanza y la resiliencia y midamos con un alto estándar la posibilidad tan grande que estamos teniendo de tener un país en paz.
[1] Johan Galtung, "The specific contribution of peace research to the study of violence: typologies", en UNESCO, Violence and its Causes, París, 1981.
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