"Una reflexión crítica del quehacer feminista de hoy"
Por: Claudia Yurley Quintero Rolón
Cuando una se declara feminista, debe dar pruebas de empatía, dejar los odios y propender a “los cuidados”. En esa vía el feminismo va camino a convertirse en un dogma de coaching para el comportamiento políticamente correcto de las mujeres; el fin último del patriarcado siempre ha sido “gobernar el comportamiento de las mujeres” a través de los ya conocidos roles o estereotipos. Se pretende entonces gobernar a las mujeres con el yugo del “género”.
Me hice feminista como una necesidad de tomar posición política, al entender que los procesos sociales y políticos del país no eran suficientes para mí; los espacios de las mujeres en esos procesos reivindicativos, seguían y siguen siendo desiguales frente a los varones. En el feminismo encontré un lugar que me permite aprender, estudiar, problematizar y teorizar sobre mi rol en la sociedad y sobre la situación de todas las mujeres. El feminismo me transita a un lugar distinto frente a las otras mujeres: si alguna es oprimida, todas lo somos. Pero, sin duda, la rabia que motiva el desarraigo de los patrones impuestos no se desmoviliza en esta militancia feminista ni, tampoco, el resentimiento o repudio que puedo sentir frente a la violencia sexual, a la cual somos sometidas por los hombres. Ser feminista no me hace impoluta ni un ser “cuidador”, como promueve la alcaldesa de Bogotá en su posición “feminista” dentro de su plan de gobierno, ser feminista me abre la oportunidad de propender a la equidad material, y reconocer que las diferencias entre hombres y mujeres deben ser entendidas y subsanadas en la ley, la cultura, la economía y la política.
No somos iguales, hombres y mujeres. La igualdad formal ante la ley ya está reconocida; pagamos impuestos por igual y, en teoría, tenemos los mismos derechos. Pero en la realidad no es así: ni físicamente ni ante las oportunidades, lo somos.
(…) “La igualdad formal o ante la ley tiene relación con la garantía de igualdad de trato a todos los destinatarios de una norma jurídica, evitando la existencia injustificada de privilegios; mientras que, la igualdad material o real no tiene que ver con cuestiones formales sino con la real posición social del individuo a quien va a ser aplicada la ley, con la finalidad de evitar injusticias”.[1]
“El feminismo no es el club de la empatía ni la mamá de todas las luchas”, se escucha en las conversas radicales, cuando llegamos a los escenarios concretos de lucha y vemos el proceso desdibujado. Nos exigen ser amables con todos los procesos y nos desconcentran de lo importante: desmontar las estructuras que nos oprimen, desnudar el sistema patriarcal que explota a las mujeres en la prostitución, la violencia intrafamiliar y la reproducción.
Ahora no me alcanza el tiempo para incorporar a la lucha feminista que sobrellevo, en La misión, la interseccionalidad del género diverso, cobijando la valiosa lucha LGBTI, amadrinando una lucha que, sin duda, ha andado con su propia agencia logrando grandes reivindicaciones y reconocimientos. También se me pide ser antiespecista, vegana y solidaria con el reino animal, cuándo apenas me vengo deconstruyendo de los patrones que cómo mujer negra me fueron impuestos. Debo también entender las masculinidades y brindarles espacios para que ellos puedan denunciar que “son víctimas del patriarcado” porque les da pena reconocerlo; entonces se me solicita que desde el feminismo también les abramos un espacio para que los varones que se cuestionan el machismo no se sientan solos. Se me prohíbe, además, cuestionar los espacios de protesta porque debo entender que hasta esos espacios dominados por varones priman sobre nuestras exigencias como mujeres. Por último, si me queda energía debo incorporar también, y entender, el machismo ancestral y étnico, cubierto por un “manto” espiritual intocable; se me pide ser empática con los crímenes que contra la mujer cometen también hombres racializados para no ser una “feminista privilegiada y racista”. Para buscar tal equilibrio he recurrido al yoga y la meditación, pues se me hace bastante difícil incluir tantas responsabilidades en la palabra “feminista” y me produce temor dicha carga.
El feminismo es un movimiento social y político de las mujeres que busca la liberación de las mujeres. Esa definición es la que se desprende de la teoría feminista de antaño, de mujeres que construyeron bases para entender la causa de la discriminación de la mujer y entender porqué cultural e históricamente fuimos y somos oprimidas: tal causa es el hecho de nacer mujer, con la diferencia sexual y anatómica que, sin duda, y sin romanticismo es cierto. Las diferencias biológicas nos brindan virtudes maravillosas; el ciclo de veintiún días, al entenderlo, podría ser un poema a la vida y a lo sorprendente de la naturaleza. Y, sabiendo que es nuestra decisión, podemos, o no, parir. Este mismo ciclo también nos deja sin energía plena una semana al mes, nos obliga a usar métodos de asistencia menstrual, asistir al ginecólogo y otras cargas reales. Las especificidades en salud de las mujeres, requieren un enfoque diferencial. “En una bandeja dos cerebros —uno de mujer y otro de hombre— no son distinguibles pero, sin duda, dos esqueletos, sí”.
[1] Desarrollo Jurisprudencial de la Primera Corte Constitucional Ecuador
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