Las mujeres migrantes se han convertido en una de las poblaciones de estudio más importantes para el trabajo de Claudia Quintero, sobreviviente de explotación sexual y directora de la organización Anne Frank.
Claudia Quintero Rolón es hija de Norte de Santander. Hoy, también una defensora de derechos humanos con enfoque de género, sobreviviente de explotación sexual y directora de la organización Anne Frank, dedicada a la lucha contra la trata de personas.
Quintero Rolón, afrocolombiana desplazada por la violencia en el marco del conflicto armado, habló con La Opinión sobre su experiencia y sentir en el abordaje de casos de mujeres y niñas migrantes que están atravesando situaciones como las que ella misma ha venido superando.
Desde la empatía, la escucha y el reconocimiento de la dignidad humana, reflexiona sobre las complejidades e intersecciones que guardan en común la realidad colombiana y venezolana y cómo estos contextos cuestionan las posibilidades de realización de las más vulnerables.
Claudia Quintero frecuentemente recorre el país escuchando los testimonios de mujeres víctimas de trata y explotación sexual/ Foto: Twitter @afro_candombera
Usted se identifica como lideresa abolicionista. ¿Qué significa abolir la prostitución?
Es cuestionar la demanda en la prostitución, es decir, considerar como responsables a esas personas, mayoritariamente varones, que acceden a cuerpos que no les desean y que pagan por ello. En general, son cuerpos de mujeres y niñas pobres, migrantes, racializadas y vulnerables.
Entonces, abolir es justamente cuestionar esa compra de sexo, pero también abolir en cada mujer esta violencia, en cada niña y brindar la oportunidad de soñar, decir que hay vida más allá de la prostitución y la trata de personas.
Estuvo un tiempo en Argentina, ¿cómo vivió la experiencia de la migración?
Argentina es para mí una segunda patria. No existía una crisis como la actual con una migración tan masiva, pero sí enorme por el conflicto armado en Colombia, gente que había tenido que salir a raíz de esta victimización.
Ser migrante es encontrarse en la soledad muchas veces, en lo desconocido, sentir miedo, recorrer carreteras sin rumbo, sin saber a dónde vas a llegar, sin saber quién te va a esperar.
Migrar es un estado profundo y constante de incertidumbre, pero también migrar representó para mí una oportunidad de aprender de otros seres humanos que pasaron por procesos diferentes al mío, pero cercanos y la oportunidad de estudiar y aprender sobre comunicar derechos humanos y trata de personas.
La migración no es toda oscura, no es todo desagradable, es también la oportunidad de aprender de otros.
¿En qué pudiera parecerse su experiencia de vida a la de las mujeres migrantes venezolanas que están en situación de prostitución en esta frontera?
Puse este paralelo en un taller que tuve en Cúcuta con mujeres migrantes. Allí hicimos un intercambio de experiencias y ellas contaban las historias de Claudia y de otras mujeres hace diez, quince años, cuando arreciaba el conflicto armado en Colombia, cuando el desplazamiento interno fue el pan diario.
Allí encontré que las historias se unen: la explotación y la violencia sexual, la violencia policial. Tantas cosas que viven hoy las mujeres venezolanas, yo las viví como mujer desplazada del conflicto armado. Es decir, el empobrecimiento que produce la guerra o las crisis económicas van directamente relacionadas con la explotación de las mujeres y niñas: la expulsión, la migración forzada, el despojo, afecta directamente el proyecto de vida de mujeres y niñas.
Realmente, la situación se repite, una y otra vez.
‘El Tablero de los Sueños’ es una estrategia que usa en sus procesos de abordaje con las mujeres víctimas, ¿Cuál es su significado?
El tablero es una estrategia que justamente nace de la atención sicosocial en el marco del conflicto armado, que articula la atención humanitaria, pero también a la escucha, al acompañamiento y a pesar de que yo no tenía sueños era motivada a construirlos y había una necesidad económica que era suplida.
Creo que es una estrategia de abordaje donde se brinda el pan y se brinda el abrazo, se brinda el acogimiento a la mujer y también la escucha. Pienso que hay que humanizar todo el proceso de atención a las víctimas de violencia sexual, de trata de personas, y de explotación sexual.
Muchas veces hay una responsabilidad que recae sobre las mujeres y niñas para poder sostener a su familia. ¿Qué les diría a ellas?
En general, las mujeres están en situación de prostitución porque tienen un marido que no trabaja, porque tienen hijos adultos que no trabajan, pero más allá de eso es porque hay en las familias una concepción de mujeres prostitutas y santas.
Bien recibo tu giro, pero cuidado y me cuentan que te estás prostituyendo en Cúcuta; bien recibo tu plata que me mandas para comer en Venezuela, pero cuidado y me entero que estás en prostitución. Entonces, esa doble moral de las familias es dolorosa, sobre todo para las venezolanas que tienen esos principios tan fuertes de la familia.
Entonces, lo que puedo decir es que hay que soltar, no es fácil y no soy yo quién para decirlo, yo lo cuento desde mi propia experiencia. Mi experiencia fue priorizarme siempre, aún hasta por encima de mis propios hijos, priorizarme.
Algunos asumen la explotación sexual como un trabajo, ¿Cómo les explicaría que no lo es?
Porque las mujeres no quieren estar. Porque si tú brindaras otra oportunidad, ellas te dicen que sí, es que yo no conozco la primera chica venezolana que me diga: No, ‘Clau’, muy chévere tu proyecto, pero yo quiero seguir parada en el parque. No existe en mi experiencia, y no solamente con venezolanas, sino con cualquier cantidad de mujeres en situación de prostitución que yo he hablado.
No es un trabajo, porque no brinda las condiciones de dignidad que exige nuestra Constitución, porque la dignidad humana, ni siquiera se debe debatir.
Estuvo ante la Corte Constitucional pronunciando el discurso de la dignidad, donde enarboló la noción de la pistola simbólica, ¿a qué se refería con esa metáfora?
Al momento en que se dice que nadie las obliga en el parque a estar paradas. Bueno, nadie las obliga, pero, ¿la migración no es acaso una pistola simbólica? Tres, cuatro o cinco niños llorando en la casa, una mamá enferma en Venezuela con cáncer o cualquier tipo de enfermedad sin atención, ¿una precariedad infinita no es obligación?
Una hipersexualización y una historia donde nos dijeron que solo servimos para ser reinas y bonitas, ¿eso no es una pistola? Lo es. Esa es la pistola que obliga a mujeres a estar en situación de prostitución.
Fuente: La Opinión
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